En la epístola de Pablo a Tito, Dios a través del apóstol, da instrucciones claras y precisas acerca de cómo “poner en orden” (1:5) a las iglesias de la región cretense. Luego de la introducción, pasa directamente a las indicaciones divinas para ordenar a la iglesia. El primer punto en pos de este objetivo está referido a los pastores, lo que indica la relación directa entre una iglesia ordenada y las características de sus ancianos. Es lógico, ya que Dios manda que los obispos lleven una vida ejemplar frente a la congregación (1º P. 5:3). 

Pablo continúa con directrices que se podrían catalogar en dos grandes categorías, que están íntimamente relacionadas: ser y hacer. Estas demandas hechas a las personas del ancianato forman parte de las condiciones exigidas por Dios para quienes guían espiritualmente a Su pueblo. Con detalle, se indican el tipo de carácter y de obras que se espera de un pastor, según los términos divinos. Cerrando esta sección, aparece el versículo que será el centro de este artículo: “Debe retener la palabra fiel que es conforme a la enseñanza, para que sea capaz también de exhortar con sana doctrina y refutar a los que contradicen.” (1:9).

La necesidad de la preparación teológica

En base a este texto, es posible inferir la necesidad de preparación teológica por parte de los pastores. Por lo tanto, no es suficiente ser aprobado solamente en su carácter y en su obrar, sino también, en lo que sabe y lo que hace en función a este conocimiento.

El punto de partida será comprender la obligación de ser un “retenedor” de la Palabra. Retener algo es solamente posible si se obtiene, y, en este sentido, lo que hay que obtener es el conocimiento de las Escrituras. Este conocimiento será la clave para alcanzar los objetivos que Dios le da, ya que este saber tiene funciones y propósitos. Como Palabra de Dios, ella funciona de tal manera que, como dice Dios, “… no volverá a Mí vacía sin haber realizado lo que deseo, y logrado el propósito para el cual la envié.” (Is. 55:11).

Reconocer la necesidad de la capacitación teológica comienza por entender que Dios lo exige. Podría escribirse mucho acerca de cómo ser retenedor de la Palabra, sin embargo, podemos ver en las mismas Escrituras una manera de serlo: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad.” (2º Timoteo 2:15). La precisión es necesaria, y, cuando ella no está, es por falta de capacitación teológica.

Podríamos hacer una salvedad: esto no significa que sea estrictamente necesario estudiar en un seminario, sino, que es imprescindible estudiar la Palabra con seriedad, para poder utilizarla de manera precisa. El estudio serio y responsable es insustituible. El seminario puede ser una herramienta increíblemente utilizada por Dios, pero no es el único camino para capacitarse. Lo fundamental es crecer en conocimiento de Dios.

Cuando hablamos de teología, hablamos de conocer a Dios a través de aquello por lo cual Él decidió darse a conocer. Esta definición sencilla, pero profunda, es suficiente para comprender lo que es el conocimiento teológico. Dios se ha revelado, y “las cosas secretas pertenecen al Señor nuestro Dios, pero las cosas reveladas nos pertenecen a nosotros y a nuestros hijos para siempre, a fin de que guardemos todas las palabras de esta ley.” (Dt. 29:29). Esto sigue plenamente vigente. Dios se ha dado a conocer, revelándose a nosotros, quiere que le conozcamos, y esto es crecer en conocimiento de Él, es crecer en conocimiento teológico.

El conocimiento de Dios es curiosamente algo de lo cual Él nos permite “jactarnos”, siendo, quizás, la única excepción al respecto. Dios mismo dice que “… si alguien se gloría, gloríese de esto: De que me entiende y me conoce…” (Jer. 9:24). La capacitación teológica es aquello que nos facilita entender y conocer a Dios, según sus propios parámetros, lo cual encuentra alta estima ante Sus ojos. 

Aunque la capacitación teológica puede ser formal, como en un seminario, la vida devocional es irremplazable. La mayor capacitación teológica que un hijo de Dios puede recibir es aquella que se nutre del tiempo de lectura, reflexión y oración en su propia vida devocional. De todos modos, Dios nos ha provisto providencialmente de seminarios, los cuales ofrecen herramientas muy útiles para la formación teológica, como también el vínculo con maestros preparados cuya instrucción es de bendición más allá de las iglesias locales.

El doble propósito de la capacitación teológica

Habiendo reflexionado acerca del conocimiento teológico, y volviendo al pasaje clave de este artículo, se puede avanzar arrojando luz sobre el propósito de la capacitación teológica, el cual es doble: “… para que sea capaz también de exhortar con sana doctrina y refutar a los que contradicen.” (1.9). El objetivo doble es explícito: exhortar y refutar, y esto, por supuesto, con enseñanza sana. Es necesaria la preparación teológica porque es la manera establecida por Dios para exhortar al pueblo de Dios y refutar los errores que puedan surgir. Sin la preparación adecuada, el ministro de Dios no será capaz de alcanzar estos objetivos exigidos por Su Señor.

El primer objetivo mencionado es la exhortación. Sobre esta palabra suele haber un prejuicio en nuestros contextos, como si solamente significara una especie de acción disciplinaria. Sin embargo, este término es más cercano a nuestros verbos “animar, instar, rogar con fervor”, e incluso “consolar”; connotaciones más positivas que la que suele tener en nuestras mentes. Esto debe ser realizado a través de la exposición de enseñanza sana, la cual es aquella doctrina que está de acuerdo con la Biblia, sin contradecirla en ningún punto.

El segundo objetivo es refutar a quienes contradicen, obviamente, a la sana enseñanza. Es lamentable que haya cierto prejuicio sobre esta actividad. Una vieja muletilla surge una y otra vez: “Dios nos llamó a ganar almas, no discusiones”. Sin embargo, una parte importante del ministerio de Jesús, y de los de los apóstoles, fue defender la pureza de la fe, y eso, muchas veces se realiza confrontando al error doctrinal de manera directa (Tit. 1:10-16, 2º Ti. 2:17). Esto es un ejercicio sano, y debe hacerse según parámetros bíblicos, como dice el apóstol Pedro: “… estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que les demande razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con mansedumbre y reverencia…” (1º P. 3:15).

Queda en evidencia que exhortar y refutar son inviables sin formación teológica. Sin ella, el liderazgo sería neófito, lo que es una contraindicación respecto al ancianato. Un líder sin preparación, en lugar de ser guiado por principios bíblicos, será guiado por su propio corazón, y guiará a la iglesia del mismo modo, disputando el gobierno con Dios. Si el pastor no está preparado, corre serios riesgos de envanecerse y caer en “… la condenación en que cayó el diablo…” (1º Ti. 3:6).

Un médico entrega años de su vida para tratar correctamente la parte material del ser humano. En función de esto, renuncia a muchos otros planes y se entrega a la formación que merece la carrera que eligió. Difícilmente le dedique menos de 10 años de manera intensiva, y luego tendrá que seguir eligiendo la adquisición de conocimiento como un modo de vida. ¡Cuánto más aquellos que tratan con la parte inmaterial! ¡Cuánto más aquellos que trabajan con la parte humana que se relaciona con su Creador!

La importancia de la preparación teológica

La diferencia entre un pastor capacitado teológicamente y uno que no lo está es muy superior a la que hay entre un médico y un curandero. Esta diferencia no solamente es evidente, sino también peligrosa. Es tan peligrosa que tiene consecuencias extremadamente profundas: “Ten cuidado de ti mismo y de la enseñanza. Persevera en estas cosas, porque haciéndolo asegurarás la salvación tanto para ti mismo como para los que te escuchan.” (1º Ti. 4:16).

Es a través de la obra de Dios mediante las Escrituras que la formación del pueblo de Dios se lleva a cabo; así se logra su madurez, y su capacitación “para toda buena obra” (2º Ti. 3:16-17). Es por medio del conocimiento de la Biblia que se puede recibir “la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús.” (2º Ti. 3:15). ¿Cómo podría llegarse a esa madurez y equipamiento, sin preparación teológica? Sería improbable. Dios ha decidido utilizar estos medios y son insustituibles. Por supuesto que Dios posee la capacidad de realizarlo de otra manera, pero Él, en su perfecta soberanía y sabiduría, ha elegido llevarlo a cabo a través de las Escrituras.

Una persona sin capacitación no podría hablar de parte de quien le envía, sino, que hablaría de lo nacido de su corazón, algo de lo cual nuestro Señor habló: “El que habla de sí mismo busca su propia gloria; pero Aquel que busca la gloria del que lo envió, Él es verdadero y no hay injusticia en Él.” (Jn. 7:18). La actitud del buen ministro de Dios es saber que habla “de parte de Dios” y “delante de Dios” (2º Co. 2:17). También el apóstol Pedro indica que aquel que enseña debe hacerlo “conforme a las palabras de Dios” (1º P. 4:11). Sin una capacitación teológica adecuada, es imposible servir correctamente al Señor. 

Para ilustrar la importancia de la capacitación teológica se puede reflexionar en tres conceptos diferentes entre sí, pero relacionados: “astrólogo”, “astrónomo” y “astronauta”. Los tres tienen alguna relación con los astros, pero difieren en la forma y el propósito.

El astrólogo es básicamente alguien guiado por fábulas que pueden sonar muy interesantes, pero carecen de valor. El astrónomo, por su parte, es quien estudia los astros, y su conocimiento es obtenido de la mejor manera posible. Pero el astronauta no solo estudia y conoce, sino que también experimenta. Con la teología sucede lo mismo. Como en el caso del astronauta, cada cristiano debería aspirar a tener el mejor conocimiento posible, y a experimentar una vida en el marco de ese conocimiento espiritual.

En conclusión, la capacitación teológica es necesaria. Un ministro no puede servir a Dios sin ella. No puede servir al pueblo de Dios sin conocer al dueño de ese pueblo. El conocimiento de Dios, en gran medida, se desprende del conocimiento de su Palabra, y eso, a su vez, de leerla de manera responsable, metódica, seria y frecuente (Ro. 16:25-27; 2º Ti. 3:15-17; Jos. 1:8; Sal. 1:1-3; 119.15-16; etc). La instrucción es totalmente fundamental para el servicio correcto a nuestro Dios y a Su pueblo. No necesitamos redefinir Sus caminos, sino conocerlos o redescubrirlos, y caminar humildemente en ellos. Dios nos ayuda en esto. Hagamos nuestra parte, sabiendo que contamos con la suya. ¡Él sea glorificado en nuestra capacitación y a través de ella!

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