En cierta ocasión, me encontraba en una actividad semanal de un grupo de hermanos en la fe. Era una de esas reuniones “abiertas” donde alguien compartía un fragmento de la Palabra y luego otros podían conversar al respecto. No recuerdo cuál era el tema principal, pero sí recuerdo que un hermano, citando Santiago 1:22, concluyó que no debemos preocuparnos tanto por llenarnos de conocimiento, porque lo importante era ser obedientes.

Esta conclusión errónea revela una falsa idea, muy popular entre los cristianos, de que es posible crecer espiritualmente prescindiendo de conocer a Dios. Incluso, se llega al extremo de asegurar que mucho conocimiento vuelve a una persona fría y alejada de una vida de frutos y obediencia. Pero encontramos serios problemas para sostener este argumento cuando vamos a la Biblia. ¿Es posible crecer espiritualmente sin conocer a Dios?

Sin conocimiento no hay salvación

Antes de hablar de crecimiento, debemos ir a las bases del asunto: necesitamos conocer a Dios para ser salvos. Jesús oró afirmando que la vida eterna consiste en conocer a Dios y al Cristo como su enviado (Jn 17:3). Esto es posible cuando oímos el evangelio, que es poderoso para salvar (Ro 1:28), y esa Palabra nos hace nacer de nuevo (1 Pe 1:23-25). Dios nos ilumina para conocer Su gloria en el rostro de Cristo (2 Cor 4:6). Entonces, conocer a Cristo a través del evangelio, y conocer la gloria de Dios en Cristo, es lo que nos lleva de muerte a vida. Este conocimiento implica una actividad espiritual que abarca nuestro intelecto, emociones y conducta.

Ahora bien, este conocimiento para salvación no es un conocimiento completo. Aunque no es mi caso, muchos sí recuerdan la fecha en que “conocieron” a Cristo como Señor y Salvador. Sin embargo, no creo que esta expresión se refiera a que conocieron a Cristo de una manera completa y acabada; tampoco la Biblia apoyaría esta afirmación.

El conocimiento para salvación es el inicio de un hermoso camino de conocer a Dios, que no finalizará jamás, ¡ni siquiera en el cielo! El arrepentimiento para salvación conduce al conocimiento de la verdad (1 Tim 2:4; 2 Tim 2:25), y ese conocimiento nos llevará a una vida de piedad (Ti 1:1). Aclarado esto, podemos abordar el papel que juega el conocimiento de Dios en el crecimiento del creyente.

Sin conocimiento no hay crecimiento

Es interesante ver como Pablo, en sus cartas, era muy consciente de la necesidad de conocimiento para el crecimiento espiritual. Es una idea muy presente en sus oraciones. A los efesios les escribió que oraba para que lleguen a un mejor conocimiento de Dios (Ef 1:17), y alcancen la meta de ese crecimiento: la unidad de la fe y del conocimiento del hijo de Dios (Ef 4:13). A los filipenses les escribió que oraba para que el amor de ellos abundara más y más en conocimiento verdadero, de manera que puedan elegir bien, ser puros y llenos de fruto (Fil 1:19). A los colosenses les escribió que también oraba por ellos para que se llenaran de conocimiento, y esta llenura los impulse a hacer lo que le agrada a Dios, dar fruto y seguir creciendo (Col. 1:9-10), confiando en que se irían renovando en ese conocimiento hacia la imagen de Cristo (Col 3:10).

Pero no es solo el apóstol Pablo quien estaba convencido de estas verdades. El apóstol Pedro, en su segunda carta, tiene como objetivo que sus lectores recuerden las verdades del evangelio que les fue predicado, para que crezcan en el conocimiento de Dios. Aún más, mediante este conocimiento, Dios les da a los creyentes todo lo que necesitan para vivir una vida piadosa (2 Pe. 1:3).

Estas son solo algunas verdades que nos recuerdan la íntima relación entre el conocimiento de Dios y el crecimiento espiritual.

Aclarando un aspecto: el conocimiento intelectual no alcanza.

Ahora bien, seguramente estés pensando: conozco gente que sabe mucho a un nivel intelectual, pero que su vida no demuestra nada de lo que Pablo y Pedro escribieron en sus cartas. Puede que sea cierto, y pienso que se debe a distintas razones.

Primero, puede haber personas que, escuchando y comprendiendo la Palabra, aun así la rechacen y no lleguen a la salvación. El autor de Hebreos las describe como personas que continúan “pecando deliberadamente después de recibido el conocimiento de la verdad” (He 10:26). Conocen lo que está escrito, sin embargo, ninguno de ellos realmente conoció la gloria de Dios en el rostro de Cristo (2 Cor. 4:6).

Segundo, otros pueden aceptar una parte de lo que conocen, pero no el verdadero evangelio que lleva a la salvación. Esto es así, incluso cuando muchas de estas personas muestren un celo por lo que dicen conocer. Pablo expresó de sus contemporáneos judíos: “Porque yo testifico a su favor de que tienen celo de Dios, pero no conforme a un pleno conocimiento. Pues desconociendo la justicia de Dios y procurando establecer la suya propia, no se sometieron a la justicia de Dios. Porque Cristo es el fin de la ley para justicia a todo aquel que cree” (Ro. 10:2-4). Estas personas no tuvieron un pleno conocimiento que incluya la verdadera justificación de Dios a través de la obra de Cristo, por ende, su celo no estaba apoyado en la verdad.

Tercero, podemos encontrarnos con personas que han nacido de nuevo por la palabra y tienen una relación con Dios, sin embargo, pareciera que sus cabezas están infladas de información, pero su conducta está lejos del fruto del Espíritu Santo. Estos son los creyentes que Santiago llama “oidores olvidadizos que se engañan a sí mismos” (Sgto. 1:22).

Hagamos una pausa aquí, pues debemos reconocer que esta es la realidad, en menor o mayor medida, de todos los cristianos. Es lógico que haya una distancia entre lo que conocemos y lo que practicamos, porque todos estamos creciendo en este aspecto. Lo sano sería que busquemos acortar esa brecha, poniendo en práctica lo que vamos aprendiendo. Entonces, el problema no está en el conocimiento, sino en la aplicación del conocimiento.

No hay conocimiento, ni crecimiento, fuera de la Biblia

Antes de terminar, me gustaría que revisemos un punto más, acerca de la fuente de conocimiento. Dependiendo del contexto de donde vengas, esto puede ser o no una obviedad. ¿Cómo alcanzamos ese conocimiento de Dios?

En una ocasión, me encontré con dos amigos después de un tiempo sin verlos. Los tres estábamos comentando con entusiasmo sobre cómo habíamos crecido en el conocimiento de Dios en los últimos meses. Mientras conversábamos sobre pasajes de las Escrituras, uno de ellos dijo: “entiendo que ustedes tengan interés por estudiar la Biblia, pero creo que eso es sólo para algunos creyentes, no para mí”.

Esta persona seguramente podría compartir cada uno de los puntos de este artículo hasta aquí, sin embargo, sus palabras dejan ver un pensamiento realmente trágico: creer que podemos conocer a Dios por fuera de Su palabra. El problema no es, en este caso, rechazar la necesidad de conocer a Dios, sino pensar que existen otros medios para conocer a Dios, además de Su verdad revelada. Lo cierto es que no podemos conocer a Dios, ni un verdadero crecimiento espiritual, si no vemos la Palabra de Dios como la revelación perfecta y suficiente.

Es cierto que no fue siempre así. Dios habló, en otros tiempos, de muchas maneras (He. 1:1), por medio de visiones y sueños, con voz audible, ángeles, profetas y hasta por un arbusto ardiente. Sin embargo, en este último tiempo, nos ha hablado por medio de Jesús. Esto quiere decir, por un lado, que mientras Jesús estuvo en la tierra fue la revelación perfecta de Dios, porque él mismo es Dios. Él es el resplandor de su gloria, la imagen del Dios invisible (Col 1:15). En Sus propias palabras, “quién me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14:9).

Pero, por otro lado, no estaba en los planes de Dios que Jesús permaneciera entre nosotros de forma física. Cuando Jesús habló con sus discípulos, la noche antes de morir, los consoló ante el dolor de su partida con una verdad impresionante: tanto él como el Padre enviarían al Espíritu Santo con el propósito específico y particular de recordarles sus palabras, enseñarles todas las cosas y dar testimonio de Él (Jn 14:14-27). Gracias a esto, tenemos el Nuevo Testamento, y la iglesia puede ser edificada sobre el fundamento de los apóstoles (Ef. 2:20). Las Escrituras son palabras de Dios mismo, inspiradas por Dios (2 Tim. 3:16-17). La Biblia es palabra viva (He. 4:12), es Dios hablando hoy. Por ella nos revela su voluntad, su carácter, sus obras y su evangelio.

Entonces, para concluir, debemos estar convencidos de que necesitamos conocer a Dios para alcanzar la madurez espiritual. Primero, porque a través del verdadero conocimiento de Cristo alcanzamos la salvación y, segundo, porque continuar conociendo a Dios es indispensable para nuestro crecimiento. Esto solo es posible si comprendemos la fuente verdadera de conocimiento: Dios ha decidido darse a conocer a través de Su Palabra.

El Señor nos ayude a conocerle cada día más a través de La Biblia para avanzar en nuestra madurez espiritual. Él es digno y nosotros, privilegiados.