El estudio de las Sagradas Escrituras es apasionante. Nos desafía cada día a profundizar más en la dependencia de ella, y así confiar cada día más en Dios. El estudio se nos presenta como una espiral ascendente: entre más conocemos y descubrimos las verdades de Dios, más aumenta nuestra humillación ante Su grandeza y Su gloria.

Como seguramente ya saben, esta tarea de escudriñar las Escrituras no es sencilla, ni simple. Bajo la guía del Espíritu Santo, debemos pasar horas y horas estudiando, leyendo y comprendiendo las verdades de Su Palabra. El aprendizaje no es algo místico que sucede de un día para otro, sino un asunto en el que uno debe “ocuparse”. Escuchemos, mejor, el consejo del apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: “Mientras llego, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza.” (1° Tim. 4:13 RVC). 

Debemos “ocuparnos”, pues esa es nuestra responsabilidad, nos lleve el tiempo que nos lleve. Muchas veces demandará el sacrificio de horas de sueño o esparcimiento, porque cumplir con nuestras obligaciones académicas significa un gran esfuerzo. Se trata de una gran responsabilidad que tenemos ante Dios, la iglesia y el Seminario. Daremos cuenta de esta encomienda que Dios nos dio, de ser de bendición a la iglesia. 

También es bueno recordar que no acumulamos conocimientos porque sí, o para beneficio propio, sino que lo hacemos para Dios y para beneficio de Su Iglesia. Somos un engranaje más en esta máquina que es el Reino de Dios. Los diversos dones espirituales que Jesús nos ha dado, por medio del Espíritu Santo, son para el servicio de nuestros hermanos, sin buscar jerarquía, cargos o poder.

Estudiar demanda tiempo

Cuando finalicé la diplomatura en el Seminario Bíblico William Carey, tuve la hermosa sensación de haber culminado una etapa y haber cumplido con el desafío. Incluso, tuve la sensación de haber “llegado a la meta”. Pero, ¿saben qué? ¡estaba equivocado! Mi pregunta en ese momento fue: “¿cómo sigue ahora?”. Pronto me di cuenta que necesitaba repasar todo lo aprendido, profundizar en los conceptos y recordar lo estudiado en cada materia. En definitiva, volví a mis apuntes, a mis libros, y principalmente, a la Biblia. 

El rector y profesor del SBWC, Samuel Masters, una vez nos dijo que debemos estudiar la Palabra con suma seriedad y responsabilidad, y eso lleva tiempo, mucho tiempo. Si no lo hacemos, es porque no queremos, o simplemente somos vagos. 

Entonces me pregunté: “¿Por qué dedicamos tanto tiempo y esfuerzo en aprender un oficio, una carrera, o hasta las nuevas virtudes de un nuevo celular, pero no hacemos así con la Palabra de Dios? ¿Estoy dando el tiempo que corresponde para el estudio de la Palabra?”.

Yo no quiero ser un vago, sino que quiero ser un “siervo inútil”, que no ha hecho más que cumplir con su deber (Lc 17:10), a quien Dios utiliza y perfecciona cada día más a la imagen de Cristo. 

A mis queridos hermanos y compañeros del Seminario Bíblico William Carey que terminan sus estudios, quisiera compartirles algunos simples consejos:

1) No pensar que ya están formados. Aún están en construcción y lo seguirán estando hasta su último respiro; es un proceso que nunca termina. En su última carta, y sabiendo que pronto sería sacrificado, Pablo seguía estudiando las Escrituras: “Cuando vengas, tráeme el capote que dejé en Troas, en casa de Carpo, y también los libros, especialmente los pergaminos.” (2° Tim. 4:13 RVC). No importa lo que pase mañana, hoy también estudiamos su Palabra.

2) No desechar los apuntes. Los apuntes de clases son un material de mucho valor, pues en ellos fuimos anotando grandes descubrimientos de la Palabra, y les puedo asegurar que los necesitarán. Me sucedió cuando, preparando un mensaje, recordé algunos comentarios de los profesores y quise buscarlos mis apuntes. No pude hallarlos, fue un poco desesperante. Podía recordar la idea, pero necesitaba la oración completa de mis anotaciones de clases. Gracias a Dios que meses después pude encontrar todos mis cuadernos y, al hojearlos, muchos parecían completamente nuevos, como si no los hubiera anotado yo mismo. Necesitamos refrescar lo aprendido.

3) Invertir en buenas herramientas. Inviertan en buenas versiones de la Biblia, comentarios, atlas, diccionarios y libros de buenos autores, entre otros recursos. Como ustedes saben, existen muchísimos autores en las librerías cristianas, pero aquellos centrados en la sana doctrina y fieles a las Escrituras, no son tantos. Un estudiante responsable debe tener buenas herramientas, como cualquier profesional. No se puede llevar adelante un trabajo solo con las manos, necesitamos herramientas de calidad que nos ayuden.

Quizás alguien diga, “¡es que los libros están muy caros!”. Permítanme cuestionar ese pensamiento. Los libros son costosos ¿en comparación a qué? ¿a una revista, o un calzado tal vez? Pensemos, por ejemplo, en el hecho de que todos tenemos celulares y computadoras que hemos adquirido, pagando en cuotas accesibles, porque no son para nada baratas. Si logramos adquirir esos bienes, y muchas veces sin recurrir a Dios en oración, ¿cómo no nos daría, con más razón, los medios para adquirir herramientas útiles para el ministerio? 

Dios escucha nuestra petición cuando oramos según Su voluntad, para crecer en el conocimiento de la Verdad. Lo sé por experiencia propia. Dios me ha dado la posibilidad de comprar libros que, en un momento, me parecían imposibles de comprar. Me dio el trabajo, el dinero y los medios para hacerlo. Pero tengamos en claro algo: también nosotros debemos sacrificar cosas buenas, por cosas importantes, como sería una nueva Biblia de estudio. 

4) Discernir las motivaciones del corazón. Relacionado con el punto anterior, les aconsejo estar siempre atentos y discernir cuál sea la motivación del corazón. ¿Buscamos alardear de nuestra biblioteca, para usarla de fondo en nuestras videoconferencias? Si así fuese, no vale la pena el gasto, pues se pueden descargar de internet imágenes de bibliotecas repletas de libros, para usar de fondos de pantalla. Así, sus interlocutores quedarán sorprendidos de su gran colección. Pero Dios nos mira, y no a través de nuestra cámara web, sino que mira nuestro corazón: “Lo conozco yo, el Señor, que escudriño la mente y pongo a prueba el corazón; porque pago a cada uno según su conducta y según el resultado de sus obras” (Jeremías 17:10 RVC).

5) Aplicar lo aprendido. Todo lo que hemos recibido de Cristo a través del Seminario, debemos bajarlo primeramente a nuestras vidas, y luego también a la iglesia, teniendo sumo cuidado, temor y temblor en el Señor. Quizás hemos aprendido a manejar cierta terminología, y que a nosotros nos parece sencilla: la parusía, la naturaleza hipostática de Cristo, la teofanía, la ortopraxis, por nombrar algunos ejemplos. Pero fuera del ámbito académico, cuando transmitimos lo aprendido al resto de iglesia, no deberíamos hacerlo en el mismo lenguaje, sino acomodando las palabras a sus entendimientos. El Espíritu Santo nos guiará en este proceso, si realmente aprendemos a ser guiados por Él. 

En Argentina tuvimos un gran poeta y ensayista llamado Jorge Luis Borges, quien fue reconocido internacionalmente. Su conocimiento y profesionalismo era alabado por grandes personajes de la literatura, pero Borges solía dejar una amarga sensación en las personas que no estaban a su mismo nivel académico. En muchas conversaciones y entrevistas era difícil saber si Borges estaba siendo irónico o burlón, si estaba siendo sarcástico o en parte decía la verdad, o todas esas cosas a la misma vez. Daba la impresión de que los hombres letrados, como él, vivían en la cúspide de la gran civilización, mientras que los simples mortales estaban varios escalones por debajo.

No debe ser así en nuestras iglesias, entre nosotros y el resto de nuestros queridos hermanos. Dios fue quien nos eligió para que sirvamos en la enseñanza, predicación o el ministerio, por lo tanto, nunca debemos olvidarnos que nada es nuestro. Ni la salvación, ni la fe, ni el Espíritu Santo, ni los dones, ni el conocimiento es nuestro; todo es por gracia. 

Diligentes y humildes

Comencé mis estudios teológicos ya de adulto, con 40 años de edad. Les puedo asegurar que mis conexiones neuronales no son las mismas que a los 20 años. Mi cerebro es como un viejo procesador 486, con limitada memoria y baja capacidad de proceso. Pero he aprendido a depender de Dios y reconocer que suya es la obra. Él me suple, por fe, todo lo que yo no logro alcanzar por mí mismo. Ya desde joven intenté ingresar a un seminario, pero nunca pude. Si estoy en un seminario ahora, es porque Dios así lo dispuso en su soberana voluntad; no necesito nada más.

Si eres joven, no desaproveches esta gran bendición que Dios te da de estudiar en un seminario. Los años pasan rápido, mucho más de lo que uno piensa. Debes ser diligente y aprovechar bien tu tiempo, dando prioridad a tu crecimiento y madurez en las Escrituras. El Seminario Bíblico William Carey, como otros seminarios fieles, son una bendición de Dios para su pueblo, por lo que te ruego que le otorgues el valor que se merece. Si eres un estudiante ya adulto, como yo, bienvenido a la realidad de que Dios te trajo hasta aquí; estás en sus tiempos y en su gracia. 

Permitamos que Cristo opere en todos los aspectos de nuestras vidas, a través del estudio, para que luego podamos reflejarlo. Eso es obediencia y humildad. ¡Solo a Dios la gloria!

“Que el Dios de paz, que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, los capacite para toda buena obra, para que hagan su voluntad, y haga en ustedes lo que a él le agrada, por medio de Jesucristo. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.” (Hebreos 13:20, 21 RVC).

Open chat
¿Necesitas ayuda?
Hola 😃
¿En qué podemos ayudarte?